sábado, 25 de octubre de 2008

Decisiones

Dante, Dante. Toda su vida tomando decisiones. Le costaba un trabajo terrible hacerlo, era el tipo de persona que si tuviera una moneda en el bolsillo la lanzaría al aire para zanjar su debate mental. Esta vez no era menos, por supuesto. La diferencia es que ahora era vital que se concentrara para que no se le escapara el cerebro por la boca, por donde ya salía humo, de tanto pensar y pensar y no encontrar solución.

Por una parte, si se inclinaba por una opción, perdería una oportunidad única para experimentar un gozo extremo. Su conciencia espiritual quedaría alterada para siempre y ya no volvería a ser el mismo, porque jamás podría perdonárselo. Había esperado demasiado tiempo como para frustrar lo que ahora contemplaba como una necesidad vital, en el sentido figurado de la expresión, claro. El lado positivo era que abrazar esta opción le salvaría la vida, probablemente.

Pero por otra parte, esperar unos minutos más supondría conseguir alcanzar el cielo, un éxtasis místico solo comparable a cosas que fuesen también místicas y fascinantes. Por ejemplo, a Dante eso no le pasaba muy a menudo, de ahí que le pareciese que hasta el cerebelo estuviese bailando algo arrítmico en algún lugar entre el esófago y la laringe, por acotar un poco. Lo malo de escoger esta alternativa es que le reventaría la vejiga.

Y es que el bruto de Dante se había puesto hasta el culo de sidra y no había ido a mear antes de ponerse en la cola para sacar las entradas del concierto. ¿Dónde tienes la cabeza, Dante?