El pelo enmarañado y caótico se sentía abrumado ante la velocidad que Dante le imprimía a todo su cuerpo de deportista en horas bajas, de retirada. Todavía le quedaba la idea, claro, pero la forma era algo que se estaba perdiendo tras una serie de pequeñas lesiones que le habían hecho cambiar el ejercicio activo por la comodidad de la cerveza fresquita en el anonimato de la barra de un bar.
No obstante, ante la más que dudosa perspectiva de lo que se le avecinaba en el caso de que se rindiera al agotamiento y al jamonero de aquel fulano que le perseguía, la adrenalina le ofreció la fuerza que necesitaba para salir de tan embarazosa situación. Y es que lo había vuelto a hacer. Le gustaba el riesgo, era su droga. Y las casadas, su adicción. Así que el pequeño esfuerzo que tuvo que hacer aquella noche para convencer a aquella no tan joven señora le supuso una satisfacción solo superable por la mala uva del marido, que no tuvo mejor idea que regresar antes de lo habitual de su aburrido trabajo. Pero son cosas que pasan. No siempre se gana… del todo.