sábado, 9 de febrero de 2013

Hoy en día


Esto de escribir ya me viene de muy atrás. Lo cierto es que es una consecuencia lógica de pasar los días leyendo, no en vano la pericia en el Dungeons&Dragons se llama “leer/escribir”, y resulta bastante útil. Ojo, que esto no quiere decir que uno lo haga mejor por insistir mucho, que de sobra se sabe que, por ejemplo, los políticos, por mucho tiempo que lleven ejerciendo, jamás lo harán mejor. Simplemente, parece que a uno se lo pide el cuerpo.

Temas para escribir hay cientos, miles, desde los más serios a los más absurdos, pasando por experiencias, por ilusiones o por protestas. Entre tantísimas otras, claro.  Pero también se puede hacer un popurrí e ir mezclando, intercalando de todo, crear un cajón desastre, prender la mecha desde bien lejos y esperar a que explote: ¡textos artificiales sin traca final!

Corren unos tiempos algo despiadados, en general, pero tampoco tanto. Como reza el dicho: “Dios aprieta, pero no ahoga”. Y es algo que se puede ver a diario, con toda la que está cayendo en la política, en la sociedad… con las subidas de precios en todo, y los descensos en nada. Pero, aun así, la gente sigue tirando. A pesar de los seis millones de parados, a pesar de los desahucios, a pesar de la pérdida constante de derechos fundamentales de los trabajadores, a pesar de los atropellos a las clases sociales que no sean las más altas. Porque eso sí es importante. A mí, que el rey se trinque a una pava por ahí a tomar por culo o que una empresa privada contrate a un ladrón reconocido, me la suda. Lo malo es que siempre terminan metiendo la mano en lo público, en lo de todos, en lo que pagamos con los impuestos. ¿Por qué tengo yo que trabajar para que tú, sin hacer nada, vivas como un marajá?

Desde hace tiempo me he fijado en algo muy curioso cuando circulo por la autopista, camino del trabajo: recuerdo cuando se bajó el límite de 120 a 110km/h, que todo el mundo se echaba las manos a la cabeza, “por favor, a quién se le ocurrió semejante barbaridad, yo con mi coche de ciento setenta caballos puedo circular perfectamente y con seguridad a doscientos por hora”. Sí, hombre, y a más, pero… ¿esos caballos no beben, necio?

Como digo, desde hace un tiempo, desde que la cosa del euro nos está empezando a castigar duramente, como cuando el boxeador arremete sin cuartel a su oponente, los conductores levantan el pie una barbaridad, sin que nadie les obligue. ¿Cómo? ¿Por qué vas ahora, con toda tu potencia y tu puto coche de tropecientos mil euros a 105km/h? ¿Qué pasa, que no te llega para el arroz? Hemos llegado a un punto en el que la gente mira mucho más por el consumo y, salvo quienes se lo pueden permitir (que me parece cojonudo), quienes llevan mucha prisa o quienes conducen un coche de empresa, el resto se resigna a ir tranquilamente y sin encabritar lo que conducen. No es nada raro ir detrás de camiones o autocares o, incluso, que estos te adelanten, en algunos casos, a unas velocidades que teóricamente no pueden alcanzar (aunque eso es un tema en el que paso de meterme). Como detalle, reducir la velocidad un pelín incrementa un viaje de media hora en cuatro, cinco minutos a lo sumo, pero ahorras en cada depósito, al menos, un viaje extra. Que no es poco.

Pero, ¿qué consecuencias puede tener que todo esto suceda? La respuesta es facilísima: ninguna. No entiendo muy bien por qué, pero aquí en España hemos sido siempre muy sufridos. Pese a que las malas lenguas hablen de holgazanería, amor por las fiestas y las chapuzas, y de la picaresca, siempre hemos tirado hacia delante, trabajando, resignados, apretando los dientes, si acaso también el cinturón y, oye, ya vendrán tiempos mejores.

      Me hace gracia, muy irónicamente, que estemos en un momento de la Historia en el que se le está empezando a perder el respeto, al fin, al tema de la democracia, tal y como nos la han enseñado e inculcado chacales, hienas y aves de rapiña que han ido pasando por la palestra, como un desfile de modelos rancio, con ideas que no abarcaban a más gente que el entorno de quien fuera preciso, en cada momento. Día tras día aparecen (aparecieron y aparecerán) auténticas burradas que pondrían colorado al más honrado, pero no a quien tenga tan gran desfachatez como, para encima, negarlo, saliendo de rositas de cualquier envite.

      Pero más gracia me hace, aún con más ironía lo digo, que ninguno hagamos nada para atajarlo definitivamente. Yo el primero, que conste. Y es precisamente por eso por lo que decía lo de “Dios aprieta, pero no ahoga”. Porque si no, esto sería impensable que sucediera.

      De todas formas, alguien debería sentar las bases, llevar la voz cantante. Protestar desde casa, desde internet, vociferando desde la red y arengando a los demás para que se muevan, no sirve para nada. Pero es que, si no, nadie hace nada. Ni siquiera eso. 

-          ¿Y por qué no lo haces tú, listo de mierda? 

 Pues porque yo no estoy interesado en esa movida: lo mismo que hay gente que quiere ser fontanero, electricista, mecánico, empresario, camarero, profesor… tendrá que haber alguien que tenga vocación y capacidad para la política. No se quiere que haya este o aquel partido en el poder, pero… ¿quién se encarga de organizar uno, dos, tres o los que hagan falta, para que haya una opción de cambio real? Y, todo eso, dando por sentado que lo que no va a cambiar es el sistema, sólo quienes le dan forma.

Por cierto, que se me olvidaba… en estos tiempos de lo política y estúpidamente correcto, lleno de necios y necias, ¿de verdad tiene cabida anteponer las quejas y los quejos menos importantes e importantas, de una minoría que busca el 50% más riguroso de cualquier detalle… a la realidad más acuciante? Es por bobadas de este calibre por las que esto no carbura, por las que esto no echa a andar.

A todo esto, había empezado esta entrada con la idea de dar una pequeña introducción para colgar un texto que tiene unos cuantos años y que encontré el otro día en un disco duro que tengo por casa… y, joder, me he enrollado, se me ha ido el pecador al infierno, y ahora ya no tiene cabida. Suerte tenéis, carajo. Y caraja. La mía.

Por lo demás, he notado que mis poderes mutantes latentes no consistían en nada llamativo como volar, lanzar rayos, ver la lencería a las mujeres, tener una fuerza descomunal o ser invisible (ese lo domino algo, pero es un don, no un poder). Lo más cercano a todo eso es, como comentaba al principio, darle a la tecla salvajemente sin control alguno, improvisando cada párrafo porque lo de pensar es para los profesionales. Mucha gente me pr… Alguna gente  me pr… El otro día alguien me preguntó cómo hacía el rollo de Doorman, si hacía algún esquema primero, si sabía cómo empezar y dónde iba a terminar cada capítulo, metiendo luego el relleno, pero la verdad es que no le supe responder nada satisfactorio, excepto que abría el Word®, ponía las manos en el teclado, pronunciaba las palabras mágicas: “Great balls of fire!” y venga, ¡a aporrear! Esto es, cuanto menos, muy poco profesional, creo yo pero, ¡es taaan monótono seguir los pasos como mandan los cánones (lo canónigos no, que creo que esos, “ahora”, se comen)…!

A pesar de todo, me faltan padrinos. ¡Cachis la mar! 

Para finalizar esta entrada y, representando a las preocupaciones más cercanas y tristes, de las que no se libra absolutamente nadie, pero que por desgracia casi nunca vienen a tiempo, no me queda otra que hacer mención de algo de lo que a nadie nos gusta hablar. Y es que la muerte ha vuelto a hacer acto de presencia de unas maneras muy jodidas y a cebarse. Quisiera dedicarle algo , aunque sea esta entrada, a varias personas que nos han dejado recientemente o, en este caso, demasiado recientemente. Me gustaría que quedara en el recuerdo la figura del hermano pequeño de un gran amigo, que nos dejó la semana pasada. Dedicarle unas palabras a uno de los mejores amigos de un buen amigo… y, la más reciente y no menos dolorosa muerte, de Juan (Rey Pelayo), compañero harlero de kilómetros, un tío con un sentido del humor muy peculiar pero entrañable, siempre dispuesto a reirse de todo. Puta vida, que siempre termina escogiendo las peores maneras de destrozar a la gente. Muchos ánimos a sus familias y que vivan siempre en el recuerdo.

Como para confirmar lo que decía más arriba, el ser humano camina siempre con un acantilado a ambos lados de su camino, pero éste sigue y sigue, retorcido entre miles de curvas y no queda más remedio que apretar los dientes y continuar caminando, llueva, nieve o haya tormenta… e, incluso, cuando a veces sale el sol.

Un fuerte abrazo.