jueves, 3 de agosto de 2023

Conversaciones estáticas

—A ver, no sé el resto, pero yo llevo horas oyendo como una especie de murmullo que me tiene la cabeza loca porque no sé de dónde sale. ¿De verdad que no lo oís?

—Hija, como somos pocos aquí... Muy fino tienes el oído tú. O eso, o que con tantos golpes como llevas ya se te ha ido la pinza del todo.

—Bueno, sí, otra vez estamos con la misma cantinela. Llevo los mismos que vosotras, listillas. Vosotras los repartís más por la simple lógica de que sois más, vale, pero llevamos los mismos. Y, joder, dicho así parece maltrato. Cualquiera que os oiga podría pensar en quién sabe qué y aquí no se está hablando de eso de ninguna manera. El problema radica en que no hay otro verbo que pegue bien ahí en ese contexto.

— ¡Ja, ja, qué tía! Golpear, pegar... ¡Tú lo que estás es obsesionada! A ver si vas a ser una fetichista de esas, que además vas siempre vestida con rejilla...

—¡Y vuelta la burra al trigo! Ya le pedí al colega que lo buscara en Google y no hay más sinónimos adecuados. De hecho, el único verbo que vimos que pudiera acercarse es «percutir» y me niego a utilizarlo porque es el que emplean a veces los comentaristas del fútbol y me chirría en boca de esos cenutrios tanto o más que cuando alguien araña una pizarra. Sobre la vestimenta, pues pondré lo que me dé la gana, faltaría más.

—Ya nos gustaría saber cómo es que sabes tú eso, si no has visto una pizarra en tu vida.

—Bueno, joder, es un decir. Son frases hechas, de algún lado habrán salido, ¿no?

«Frases hechas». Y seguimos inventando cosas. ¿Cómo van a estar las frases, si no? ¿O puede haber una frase deshecha? Si no está hecha no será frase, digo yo. Bueno, nosotras. Perdón.

—Siempre me hacéis lo mismo, siempre os desviáis para embarullarlo todo, da igual el contexto. ¡Qué manera de tocar las pelotas! Vamos a centrarnos, ¿queréis? Estaba hablando del murmullo. Obviamente, cuando todo el mundo se pone a hablar pues no se oye apenas, pero cuando hay algo de silencio, ahí está. Si hasta parece que sea alguien pidiendo ayuda.

—Que te lo confirme tu coleguita con internet, que es tan listo. Pues que sepas que es un anticuado y un cascarrabias, que sigue con el Windows7 y ya no admite actualizaciones. Por más que se autodenomine «vintage», no es más que un triste nostálgico con achaques constantes.

—Vaya, ese ataque de celos sí que no me los esperaba. ¿¡A que no os llevo la próxima vez que vayamos a jugar!?

—I qui ni is llivi li príximi viz...

—¡Buf, como baje de la percha os meto un raquetazo...!

—¡Callaos todos, que se acaba de despertar Ramón y viene para aquí! Ja, ja, vaya pintas que trae. Este sí que tiene el disco duro perjudicado. ¡Y el wi-fi!

El fulano entró en la habitación dando tumbos y golpeándose contra todo, incapaz de abrir siquiera los ojos por temor a la brillante luz que entraba por el Velux. Si hubiera cortina habría podido al menos mitigar la claridad, pero hasta para eso era un desastre: meses llevaba ya sin arreglarla y no parecía que aquello fuera a cambiar en un futuro próximo.

Tropezó con la silla, se golpeó contra la esquina de una de las mesas, tiró al suelo una caja con muñecos de la que se llevaba la mano al costado por el dolor y, finalmente, chocó contra un bulto que estaba cubierto de ropa. Al menos no olía a tabaco, como cuando se podía fumar en los bares. ¡Qué puto asco de época, rediós!

Abrazó allá como pudo el montón de prendas, giró con cautela para que el cerebro no se le saliera por los orificios faciales y, antes de salir de allí, aún tuvo tiempo de resbalar con unos calcetines que descansaban plácidamente en el suelo. Un suelo que no besó de milagro, porque bueno, estaba jodido, «pero controlaba».

Segundos más tarde pudo oírse cómo el colchón de la otra habitación lanzaba un alarido quejumbroso cuando Ramón se dejó caer de nuevo encima de él.

—¡Oh, joder, al fin! ¡Ya no podía aguantar más sin respirar!

—¡Hostia! ¿Habéis visto eso?

—¿El qué? ¿Al zombi de Ramón?

—¡No, joder! ¡Los murmullos! ¡No eran murmullos, era la bicicleta estática, que no podía ni hablar, debajo de toda esa ropa!

—¿Dónde has visto tú una bicicleta estática? ¡Joder, pero si ahí hay una bicicleta estática! ¿De dónde ha salido esa bicicleta estática? ¡Creíamos que era un perchero!

—¿¡Cómo que perchero, desgraciadas!? ¡Si tuviera ruedas iba ahí y os pinchaba, a ver cómo botabais luego! ¡Y mira con qué pelos me hablan, las muy antipáticas! ¡Pero si ya no servís ni para jugar con un cachorro en el parque! ¡Joder, qué ganas de que me vuelvan a llevar al salón, por lo menos allí hay libros con los que charlar!

—Si es que no tenéis tacto, mirad que os lo tengo dicho. Ya que tenemos que convivir, qué menos que mostrar más amabilidad y tratar de llevarnos lo mejor posible todos. Mirad a la puerta, por ejemplo. Nunca tiene una mala palabra, siempre saluda, es sencilla, agradable...

—¡Meca, por alusiones! ¿No os conté lo que se me ocurrió el otro día para echar unas risas? Resulta que me vino a la cabeza una broma para gastarle a Ramón. ¿Veis que algunos fines de semana llega así de aquella manera cuando sale de juerga? Pues había pensado que de la que se levantara dando tumbos —como los de hoy, mismamente— podría hacer que tropezara conmigo y se llevara un coscorrón, que ya sería divertido de la hostia, pero luego se me ocurrió que, además, le hablase. Sí, ya sé que es como romper ciertas reglas sagradas pero, ¿os lo imagináis, creyendo que le estuviera hablando una puerta? ¡Ja, ja, sería la rehostia!

—Mira, ahí tienes a tu querida y recta puerta, tan santa ella. ¿Pues sabes que te decimos? ¿¡A que no hay huevos!?

Mientras comía con los colegas hice un boceto chungo de lo que podría ser el texto. Lo siento mucho por la gente que se dedique a esto, pero yo, con sidra y desparpajo, pinto chungo del carajo.