viernes, 31 de octubre de 2008

Preparados, listos... y calma, paciencia. Shhh...

Lo bueno de ser un personaje de ficción en manos de, pongamos por ejemplo, un muy poco humilde servidor, es que tengas la posibilidad de viajar atrás o adelante en el tiempo a voluntad. O sea, a mi poco humilde, insisto, voluntad. Por supuesto. Y otra cosa diferenciable es que, una cosa es viajar en el tiempo y otra muy distinta aparecer en otra época y vivir la vida como si fueses un antepasado… o una reencarnación. Bueno, y ahora que lo pienso… pues claro, no es lo mismo viajar en el tiempo con tus conocimientos actuales que aparecer con los conocimientos propios de esa época. ¡Buf, qué lío! No obstante, la verdad es que estoy empezando a pensar que esto sea posible porque, si Dante puede hacerlo, ¿por qué no iba a poder cualquier persona… real? Además, me da la espina de que ésta es la mejor manera de salir de esta pseudo-crisis que se han sacado de la manga los medios de comunicación para tanto alienado y lobotomizado contribuyente. Pero estos temas son serios y, ¿quién dijo que yo lo fuera? Yo de esas cosas no entiendo, ni siquiera he terminado la carrera ni visto trajes o uso gomina (bueno, salvo para las clases prácticas de reproducción humana, pero es una diferente).

Pues venía a contar una batallita más de Dante, pero no en este tiempo. Lógicamente, si no es en este tiempo, debería de ser en otro. Pero aún me falta por inventar la manera en que consigue aparecer en un siglo, en otro, en un mundo paralelo o en otra dimensión. Podría ser mediante sueños, con el pensamiento, con un botijo del tiempo (como Ortega y Pacheco), pronunciando las famosas palabras “Klaatu Barada Nikto”… o simplemente porque sí. Y creo que lo más adecuado para no tener que esforzarme mucho será eso. Dante aparece donde y cuando le sale de las amígdalas con el poder de su mente. Sencillo y útil. Porque, imaginad que invento algo sencillamente genial, viene cualquier trepa, se apropia de la idea y luego le pone derechos de autor o algo de eso. Vamos, sería para ahorcarlo con su propio intestino grueso (oliendo mal).

La cuestión es que tenemos a Dante perdido por el espacio-tiempo y no le estamos haciendo mucho caso. Esto no debería de importarnos, porque él, como personaje de ficción no debería de saber si alguien real piensa en él, pero… ¿y si no fuera así? Así que seamos espectadores de sus aventurillas, mostrémosle un cierto interés. Pero bueno, tampoco mucho. Que luego se lo podría creer y se pondría pesadísimo.

A estas alturas alguien debe de creer que comenzaré a relatar la persecución que tengo en mente y tal, pero se equivoca. Sí, porque después de este tostón para crear el ambiente necesario mediante el cual veremos a Dante sin los placeres de la época actual y bla, bla, bla… veo necesario una pequeña parada. Que no por mucho correr amanece más temprano. Ahora, ya casi en noviembre, hasta las ocho y pico de la mañana o así, nada.

¿Lo voy a dejar aquí y así? Pues sí. Paciencia.

jueves, 30 de octubre de 2008

Cinco días hay entre dos fines de semana

Moralmente estaba condicionado a una serie de pautas para continuar con el proceso vital pero, en el fondo, sabía que la “otra manera” de enfocar aquello le permitiría una serie de libertades temporales que harían que su vida fuese, quizá, un poco más ligera y cómoda de llevar, puesto que sobre sus hombros ya descansaban más responsabilidades y no quedaba hueco para muchas más. Como siempre decía, este espacio individual que ocupa en el tiempo desde el nacimiento hasta la muerte está lleno de decisiones a tomar. Ésta era una de aquellas, aunque en sus ojos se reflejaba algo más. Y no era sino un color rojo intenso, fruto de la inmensa resaca que tenía, pues aún hacía poco que había dejado el último cubata en la barra del local de intercambio cultural, racial, monetario e hidráulico y se había medio-acostado (y se puede decir medio, porque la mitad del cuerpo de Dante estaba fuera del primer sofá que había entre la puerta de su casa y el baño).

Al final, tomó la decisión: llamaría a su jefe y le diría que se encontraba un poco indispuesto y no podía ir a trabajar. Aunque, en fin, ni siquiera fue capaz de levantar el móvil del suelo, porque antes de terminar de pensar esa idea, ya se había vuelto a dormir. ¡Menudos ronquidos!

miércoles, 29 de octubre de 2008

Un paseo

A veces da un paseo después de dormir un poco la siesta. Este día en concreto hacía sol y una temperatura muy agradable, no en vano era verano. La verdad es que no sale de casa muy a menudo porque siempre tiene algo con qué entretenerse, pero nunca se consideró un ermitaño. Además, Dante disfruta sobremanera cuando se encuentra rodeado de gente. Le encanta observar y ser observado, inventarse historias sobre las personas que tiene delante, por imposibles que puedan parecer. Al fin y al cabo, son inventadas. Podría decirse que su imaginación lo mantiene continuamente entretenido. Quizá sea una de las razones por las que tampoco se le suele ver con sus amigos. Además de ocupados, todos viven sus vidas. Diferente fue en la época del instituto y la universidad, cuando estaban por ahí todo el día atravesados. Pero bueno, el tipo en cuestión no se para gran cosa a pensar en estos detallitos. Él es más de acción, de actuar sin pensar, de… coger su mp3 e irse a tomar cervecitas.

Pues dando un paseo estaba cuando pasó por delante de la tienda. El itinerario no había sido casual, sino premeditado cuidadosamente. En aquella tienda trabajaba una muchacha que lo traía por la calle de la amargura. Y es que le gustaba muchísimo, pero ella… en fin, ni siquiera sabía que Dante existía. Y, puesto que él no era tan triunfador como decía ser… pues ni siquiera se atrevía a darse a conocer.

Por eso la cerveza de aquel día le supo más amarga de lo habitual. Y no fue ni el primer día ni el último. ¡Aaah, las mujeres! ¡Qué hermosas y cuán destructivas!

Nota del “PerpetraTor” (así suena más a peli):

Juro y perjuro que es mentira, pero creedme cuando os digo que, no por ser muy parecida la vida de Dante a la del perpetrador de las historias, ha de ser en realidad la misma. Porque, a fin de cuentas, el tipo no se llama igual. Con eso debería de bastar, ¿no? Es simple coincidencia. Sí, eso, coincidencia, porque claro, sus bárbaros del caos no están tan avanzados en pintura como los míos. Aunque seguramente esta tarde, mientras yo trabajo, él se ponga al día y, por la noche, cuando me enseñe sus avances, serán ligeramente parecidos a los míos. Pero no, él no soy yo, aunque lo conozca. ¿Quizá un alter ego de otro que se parezca a mí? ¿Tal vez un yo de un universo paralelo? Al fin y al cabo, Dante tiene un gusto exquisito para cosas que a mí también me hacen tilín. Tendré que pensar en esto. No vaya a ser que me encuentre escribiendo sobre un yo ultradimensional. Yo, yo, yo…

sábado, 25 de octubre de 2008

Decisiones

Dante, Dante. Toda su vida tomando decisiones. Le costaba un trabajo terrible hacerlo, era el tipo de persona que si tuviera una moneda en el bolsillo la lanzaría al aire para zanjar su debate mental. Esta vez no era menos, por supuesto. La diferencia es que ahora era vital que se concentrara para que no se le escapara el cerebro por la boca, por donde ya salía humo, de tanto pensar y pensar y no encontrar solución.

Por una parte, si se inclinaba por una opción, perdería una oportunidad única para experimentar un gozo extremo. Su conciencia espiritual quedaría alterada para siempre y ya no volvería a ser el mismo, porque jamás podría perdonárselo. Había esperado demasiado tiempo como para frustrar lo que ahora contemplaba como una necesidad vital, en el sentido figurado de la expresión, claro. El lado positivo era que abrazar esta opción le salvaría la vida, probablemente.

Pero por otra parte, esperar unos minutos más supondría conseguir alcanzar el cielo, un éxtasis místico solo comparable a cosas que fuesen también místicas y fascinantes. Por ejemplo, a Dante eso no le pasaba muy a menudo, de ahí que le pareciese que hasta el cerebelo estuviese bailando algo arrítmico en algún lugar entre el esófago y la laringe, por acotar un poco. Lo malo de escoger esta alternativa es que le reventaría la vejiga.

Y es que el bruto de Dante se había puesto hasta el culo de sidra y no había ido a mear antes de ponerse en la cola para sacar las entradas del concierto. ¿Dónde tienes la cabeza, Dante?

Testamento

Éste ya no es mi sitio. Hace ya tiempo que dejó de serlo, pero ahora forzosamente he de abandonarlo y exiliarme a otro sitio. La excusa que he encontrado, la tengo en el trabajo. Ahora, lo quiera o no, me tengo que ir a otra ciudad más gris, aunque la zona la que me toca conquistar esté un tanto alejada de ese cielo tan extraño y contaminado. Creo, incluso, que está tan alejado que ni el famoso acento o deje en el habla tienen los habitantes de tan alejado extrarradio. Pero será una novedad, así que, como todas las cosas nueva, resultará emocionante y todo un reto.

Éste ya no es mi sitio. Hace ya tiempo que dejó de serlo, pero entonces y ahora sabía que no iba a importarme marchar, porque era consciente de que las raíces las tenía cortadas y nadie me ataba a este lugar, excepto los evidentes, que no son otros que mis tan extravagantes progenitores, con quienes estoy tan unido por montones de motivos que nadie conoce, aunque los importantes resulten evidentes. Pero ése es otro ingrediente que ahora no interviene en el cóctel.

Éste ya no volverá a ser mi sitio. Al menos, en unos años, si todo marcha bien y los engranajes están bien engrasados, la recámara aceitada y la estopinera ajustada. Por el freno de boca saldrá el proyectil a cerca de novecientos metros por segundo y no se detendrá a mirar atrás, porque la gente ya se ha encargado por mí de que eso no se me pase por la cabeza. Y siempre he dado mil oportunidades, mejillas ya no me quedan más para poner…

Éste ya no es mi sitio, y he de agradecer a toda la gente que he ido conociendo que me faciliten el viaje. ¿Quién les iba a decir que de esta manera, al final, me iban a servir para algo?

Sé que muchas veces he tenido yo la culpa, pero eso es algo que inevitablemente sucede cuando egoístamente quieres abarcar mucho: algo siempre se escapa. La mala suerte llega cuando lo que te queda entre los brazos se transforma en humo, en arena, en líquido… y se escurre, desaparece o se cae al suelo. Entonces te quedas sin las raíces, sin el imán que te atraía a este paraíso.

Ahora se aproxima a toda velocidad otra etapa. No sé si habré madurado más o menos, evolucionado o involucionado, pero seguro sé que ahora tengo la oportunidad de ser alguien y de rodearme de otro tipo de gente cuyo círculo hasta ahora, no es que me estuviera vetado, sino que ni siquiera lo había contemplado nunca como una posibilidad. Tal vez de esta manera encuentre personas que sí me aporten lo que ansío. O me reencuentre con otros exiliados. Que los hay.

Y con todo, esto es como un testamento. Algo que me sirve para pellizcarme y saber que no estoy soñando. Es gracioso. No tengo a quien decirle adiós.

martes, 21 de octubre de 2008

Aventuras y desventuras (en general)

El pelo enmarañado y caótico se sentía abrumado ante la velocidad que Dante le imprimía a todo su cuerpo de deportista en horas bajas, de retirada. Todavía le quedaba la idea, claro, pero la forma era algo que se estaba perdiendo tras una serie de pequeñas lesiones que le habían hecho cambiar el ejercicio activo por la comodidad de la cerveza fresquita en el anonimato de la barra de un bar.

No obstante, ante la más que dudosa perspectiva de lo que se le avecinaba en el caso de que se rindiera al agotamiento y al jamonero de aquel fulano que le perseguía, la adrenalina le ofreció la fuerza que necesitaba para salir de tan embarazosa situación. Y es que lo había vuelto a hacer. Le gustaba el riesgo, era su droga. Y las casadas, su adicción. Así que el pequeño esfuerzo que tuvo que hacer aquella noche para convencer a aquella no tan joven señora le supuso una satisfacción solo superable por la mala uva del marido, que no tuvo mejor idea que regresar antes de lo habitual de su aburrido trabajo. Pero son cosas que pasan. No siempre se gana… del todo.

lunes, 20 de octubre de 2008

La luna

La luna tiene un halo que creo percibir cuando la observo.
Hay infinidad de estrellas a su alrededor, pero ella está ahí, grande y solitaria. Más o menos visible, pero sin más compañía que la de los soñadores o de los que aún llevan los ojos entrecerrados, fustigados por el propio sueño. Que, a veces, además, coinciden y son la misma persona.
Pues sí, la luna tiene un halo, pero de sobra sé que no puedo preguntarle cómo consigue brillar tanto a pesar de su soledad. Permanece impasible por mucho que todo lo que la rodea cambie. Y llena cada rincón y cada alma sin que nadie pueda cuestionarle. No se acuerdan de ella, pero nadie puede olvidarla. E incluso puede que no sea la mejor compañía. Sin embargo, al final, es inevitable alzar la cabeza y verla ahí, esperando ese momento y sonriendo para sí. Regocijándose porque el tiempo es algo que no parece afectarle. Y puede esperar, porque sabe que siempre alzaremos la cabeza buscándola.
¡Qué gracia le hará, pues al final, siempre terminamos acudiendo a ella cuando la necesitamos!
La luna tiene un halo. Mágico. Y misterioso. Por eso me gusta pensar que la comprendo. Y a veces creo que me guiña un ojo. Y me guía en mi búsqueda.