viernes, 16 de noviembre de 2012

Miscelánea


Después de casi cinco meses, de nuevo en la carretera. ¿Al fin? No lo sé, no dejarán de ser sólo unos pocos días por Madrid, pero no habrá continuidad. Como los últimos coletazos que da el pez al que acaban de sacar del río o de la mar. Corren malos tiempos para todo hijo de vecino y por ahí no auguran nada bueno, ni siquiera en lo mío. 

Al menos, se intentará aprovechar el paso por la capi, aunque por los horarios no me va a coincidir bien el poder ir a ver el nuevo espectáculo de Leo Bassi, que creo que será alucinante. Habrá que esperar a que se eche también él a la carretera.

Lo que más me fastidia es que no creo que pueda subir de nuevo a casa el 24, para poder acudir al concierto que organizan los grandes amigos moteros de Magaya Astur con el fin de recoger juguetes y fondos para poder comprar, como todos los años, regalos a los críos de un orfanato y un centro de acogida de Gijón. No obstante, es obvio que colaboraré igual, aunque no sea exactamente ese día.

Y lo que voy a escribir ahora no lo hago por dar publicidad (que sí), sino porque esta gente sí que es de otro planeta. Si alguien viene alguna vez por Asturias, o si eres de aquí y no la conoces, no dejes de pasar, en Luanco, por la Taberna de Hank. No he conocido jamás a pareja más entrañable de taberneros, dentro y fuera de la barra. Local ambientado en la cultura country, se trata de un lugar del que nadie ha salido nunca indiferente, para mi idea. Y no es para menos. Muy recomendable.

En fin, un poco de miscelánea por tratarse de cosas puntuales y poco usuales.

Queda bastante corta la entrada, pero no importa. El tema era actualizar y limpiar el polvo del blog. 

Para terminar, nueve palíndromos recopilados de las tonterías que me dedico a colgar en Twitter. Lo cierto es que nunca me había dado por hacer algo así, pero un día leí un par a Juan Abarca (Mamá Ladilla) y me dije: “si este fulano hace esto, yo más”. Y, bueno, todo fue ponerse.

A saber qué será lo próximo que se me meta en la cabeza hacer y que, claro, haré.


  • El ajo cómelo. Y arroz. Ódiolos. So boba, sanas a bobos. Sólo ido, zorra. Y… ¡Ole, moco jalé! 
  • Avise mus o nada haya, hada: no sumes IVA. 
  • A Mamá Ladilla la moto dales. Se la dotó mal. Allí dala, mamá.
  • Aparta, arena muta: te lame, no pisa caca. ¡Vaya vaca, casi pone maleta! Tu manera atrapa.
  • Aparta óleo: bonus. Adiposo se baña para mamar. Apaña besos o pidas un oboe, lo atrapa.
  • Obesa, robas amor. A la casa pasé, abusona. Le anulas: ¿eres ama? Ser. Esa luna el ano suba. Esa pasa cal a Roma, sabor a sebo.
  • Atole palo, cotón. O ir a moras o calara roca jade. Coño, ceda jaco. Rara la cosa: Romario no tocó la pelota.
  • Asir, ni soga, por Osama daña, Adán. Atracón: Ácaros sabor a papaya veterana. Seso tajado: rodaja. ¿Tose? Sanarete. ¡Vaya, papá, robas! So rácano. ¡Carta! Nada añada, mas oro pago sin risa.
  • Alameda es, Isa. ¡Ah, cara la veo! Es edad. La sal da deseo, Eva, la racha así sea de mala.

 Y, todo esto, regado por el Unplugged de Alice in chains, de allá por el 96. Todo un reserva con aromas de sentimiento y nostalgia.
 

lunes, 15 de octubre de 2012

La moto, menudo alboroto.

A veces hay temas en los que resulta difícil no caer en tópicos a la hora de abordarlos, pero también es bien cierto que, a veces, hay temas en los que la única manera de hablar de ellos es, precisamente, con tópicos.

Sea como sea, a estas alturas, cualquiera sabe que, de una manera u otra, me gusta dejar mi propia huella en el cemento fresco de las obras callejeras de la vida (de esas que, cuando vas por la calle y las ves, piensas: “¿Quién sería el gilipollas que metió el pie ahí? ¿Lo haría a propósito o sin darse cuenta?”).

Pues bien, resulta que creo que hay vida en el más acá. A nadie le resulta extraño mirar hacia atrás y recordar otros tiempos en los que siempre se tenían grupos más o menos fijos de amistades. Todo se hacía entre unos colegas que, según iba pasando el tiempo, veíamos cómo se desvanecían como por arte de magia, por unas u otras razones contra las que, al principio, despotricabas con impotencia, y que más adelante asimilabas y comprendías y a las que, al final, te resignabas. Ley de vida, dicen algunos. Y cosas así. Tópicos de esos, vamos.

Lo cierto es que, a partir de cierta edad, no es muy fácil hacer nuevas amistades, porque mucha gente tiene la vida ya hecha, más o menos, con sus familias, sus historias, sus trabajos y, por tanto, resulta complicado darte de bruces con gente de tus características. Y ya no digamos gente con la que, además de cumplir esto, te puedas llevar bien.

Pues así debe de pasarle a todo el mundo, ciertamente, hasta que encuentra un hueco libre en un parking y lo coge. En mi caso, sucedió en cuanto entré de cabeza en el mundo de las motos. Debo reconocer que tengo bastante mano, o suerte, para encontrar aparcamiento. Nunca me ha faltado sitio en cualquier grupo de colegas, pero con la moto fue sumamente exagerado. Fue como si, al comprarla, en el precio viniera la gente ya incluida.

Como digo, en cualquier ámbito puedes encontrar gente afín, bien sea por el trabajo, por alguna afición, por los estudios, por deporte, por un estilo de vida… En cualquiera. Y es una pasada. Vienes a pensar: “guay, aquí encajo. Ahora, a disfrutar”.

Lo sorprendente es ver cómo, entre un montón enorme de gente tan dispar como peculiar, de una franja de edad realmente amplia, que más que franja parece un latifundio sin terrateniente, en el que cada uno tiene sus historias, su profesión, sus aficiones, sus problemas, su ideología y su filosofía de vida… algo tan, a priori, secundario, como el gusto por las dos ruedas, sirva de un nexo casi tan fuerte como el de una familia, tratando esto último bastante a la ligera.

Después de todo, se trata de eso, de sentirse a gusto dentro de un grupo de gente, sin  ninguna otra obligación que no sea pasarlo bien y disfrutar juntos, cuando se quiere, del tiempo libre, de una larguísima conversación, de un concierto, de un vermú, de una comida… ¡Joder, hasta para hacer alguna chapuza!

Resulta hasta gracioso ver que ni siquiera coincide siempre la misma gente, puesto que cada uno tiene su vida y sus movidas, y nada de eso desvirtúa el conjunto: unas veces pueden quedar unos, otras veces pueden otros, las mayor parte del tiempo pueden muchos… pero nunca sucede que, al final del día, del evento, del fin de semana, de lo que sea, alguien se marche para casa diciendo: “pse, pues no estuvo tan guay”. Siempre hay ganas de la siguiente.

Y cojonudo es que la mayor parte de las quedadas reúne una buena cantidad de motos y de gente. Raro es hacer algo y que haya menos de cuatro o cinco burras metiendo ruido por la carretera. Para muestra, un botón. La última vez que nos hemos juntado, con motivo del festival Rockin Gijón Weekender, hemos estado conviviendo diez motos y cinco coches, con momentos puntuales de cinco motos más, saliendo todo perfecto (incluidas las resacas, que fueron la hostia de graciosas). Como siempre, se echa en falta al resto de la tropa pero, como es obvio, no todo el mundo puede hacer de todo y a todas horas.

 



Y por eso pienso en la grandeza de este mundillo. Me cuesta muchísimo ponerle palabras que no estén muy sobadas, lo cual es ya bastante significativo.

Caso a parte, y que no mencioné, aunque no por menos importante o llamativo, sino por no extenderme mucho en la entrada, son los eventos o las quedadas que organizan otros compañeros de las dos ruedas, en los que la tónica es la misma que en grupos de gente más pequeños, pero esta vez a lo grande. Ver en la carretera (y ya no digo formar parte, que es increíble) una caravana de veinte, treinta, cuarenta… de tropecientas motos en formación es un espectáculo tan vistoso y alucinante que debería ser obligatorio vivirlo.

Participar en unas jornadas festivas y, a veces, también solidarias, en las que el buen rollo es el denominador común, supera las expectativas del más exigente, y no quiero ya imaginar lo que le aporta a quienes las organizan, tras todo el esfuerzo que supone coordinar a tanta gente y conseguir que todo salga bien.

Incluso cabe también mencionar, cómo no, a toda las amistades que haces en el camino, como es toda esa gente en cuyos locales pasas el tiempo y que no dejan de sorprenderte cada día, o esos parroquianos que, lejos de verte como a un macarra o como a alguien inaccesible, interactúan contigo y ven que son como tú.

Por todo esto, y por tantísimas cosas más que me puedo dejar por el camino, recomendaría a cualquiera acercarse a este mundillo en el que todos tienen cabida, sin importar nada, salvo las ganas de disfrutar del tiempo libre en compañía y de olvidarse, durante unas horas, de todo lo demás.

Seguramente me deje algo, para variar, porque todo es mucho y mi cabeza no da más que pelos retorcidamente tiesos pero, como todo, nada es finito, y puede ampliarse más adelante, si se me olvida algo y más tarde se me ocurre o alguien me lo recuerda.

Birras para todos… ¡y V’s!