Moralmente estaba condicionado a una serie de pautas para continuar con el proceso vital pero, en el fondo, sabía que la “otra manera” de enfocar aquello le permitiría una serie de libertades temporales que harían que su vida fuese, quizá, un poco más ligera y cómoda de llevar, puesto que sobre sus hombros ya descansaban más responsabilidades y no quedaba hueco para muchas más. Como siempre decía, este espacio individual que ocupa en el tiempo desde el nacimiento hasta la muerte está lleno de decisiones a tomar. Ésta era una de aquellas, aunque en sus ojos se reflejaba algo más. Y no era sino un color rojo intenso, fruto de la inmensa resaca que tenía, pues aún hacía poco que había dejado el último cubata en la barra del local de intercambio cultural, racial, monetario e hidráulico y se había medio-acostado (y se puede decir medio, porque la mitad del cuerpo de Dante estaba fuera del primer sofá que había entre la puerta de su casa y el baño).
Al final, tomó la decisión: llamaría a su jefe y le diría que se encontraba un poco indispuesto y no podía ir a trabajar. Aunque, en fin, ni siquiera fue capaz de levantar el móvil del suelo, porque antes de terminar de pensar esa idea, ya se había vuelto a dormir. ¡Menudos ronquidos!