Recuperó la consciencia en una pequeña celda. Una antorcha iluminaba escasamente la estancia, pero le sirvió para ver que al menos no había demasiada humedad, que el suelo estaba semi-cubierto de paja seca y de que estaba encerrado. Aparentemente. Porque cuando se acercó a la puerta se dio cuenta de que únicamente estaba arrimada. Al fin un poco de buena suerte, podría haber pensado (que yo no lo sé porque no estaba en ese momento en su cabeza).
Fueran quienes fuesen sus captores, quedaba bastante claro que no pretendían mantenerlo retenido. Eso, o que eran un tanto despistados. Y eso era lo menos probable.
Se pasó un buen rato reuniendo fuerzas y, cuando acumuló las mínimas necesarias para caminar, se atrevió a aventurarse fuera de aquel habitáculo.
Aunque no tenía muchas alternativas, decidió escoger el camino que le indicaba la luz de las antorchas. Podría salirle mejor o peor, pero al menos de aquella manera vería lo que se le viniera encima.
Así pues, con una mano sujetándose las costillas, que no cesaban en su empeño por joderle con tanto dolor, y con la otra preparada para dar rienda suelta a su desesperación por tanta mala suerte, comenzó a caminar con escasa determinación por el pasillo apenas iluminado.
Se sentía bastante cansado, de manera que cada poco tiempo paraba a coger aire. Un aire, por cierto, cargado allí de humedad, no como en la celda, y que se le metía a través de la ropa que aún traía encima, pero hecha jirones.
Al cabo de no mucho trecho alcanzó a ver una tosca puerta cerrándole el paso. Y debía de ser el único camino posible, puesto que no había ningún otro pasadizo, ni a la vista ni oculto. Por lo tanto, se acercó con mucha cautela y apoyó la oreja en la madera. No se oía ruido alguno, pero tenía la sensación de que tras ese obstáculo no habría más que problemas.
Buscó cualquier tipo de objeto que pudiera encontrar en el pasillo por el que había venido, pero lo único útil que vio fueron las antorchas. Cogió una y regresó ante la puerta. Se dispuso a intentar abrirla pero, cuando volvió a acercarse, ésta, sin hacer ningún tipo de chirrido de ese que hacen todas las puertas en las películas de terror, se abrió. Posiblemente este hecho provocó que se acojonara aún más de lo que ya estaba. Solo le faltaba que hubiera alguna clase de magia en el asunto. ¡Acabáramos!
Cruzó la puerta y, para su alivio, distinguió un finísimo hilo atado a la manilla. Sonrió. Casi estaba preparado para algo sofisticado, pero aquello era muy cutre. Incluso patético. No obstante, era él quien estaba allí atrapado, así que tendría que seguir tomándose en serio el asunto. Pero saber que no hay poderes arcanos ni monstruos como en las leyendas, alivia, en estas situaciones.
Dondequiera que hubiese entrado, había mucha menos humedad y menos frío. Menos, incluso, que en la última celda en la que había aparecido. Se detuvo y prestó atención. Notó un cambio también en el olor. Le recordaba al de la... ¡gasolina!
Nada más darse cuenta, se dio la vuelta, preparado para una huida heroica como la que nadie recordase jamás pero, como si se tratase de un acto reflejo o hubiese activado alguna clase de mecanismo, una llama azulada surgió unos metros por delante y lo fue rodeando, mucho más rápido que lo que sus mermadas fuerzas y reflejos le hubieran permitido escapar.
Se percató de que querían jugar con él, así que optó por no hacer ninguna maniobra suicida. Si hubiesen preferido acabar con él, no se habrían tomado tantas molestias. Además, ya se había cansado de jugar al gato y al ratón, con lo que, en un arranque de furia, volvió a darse la vuelta y le gritó a la oscuridad más allá de las llamas, en un gesto de rabia e impotencia.
Como reacción a su increpación, más fuego, pero en esta ocasión de antorchas, se fue encendiendo aquí y allá y, con ese fuego, se fueron vislumbrando decenas de figuras que permanecían quietas, expectantes...
Pasados unos momentos, tras haberse aclimatado ya a aquella luz, Dante, aún dolorido y magullado, distinguió lo que en su imaginación solo aparecía cuando más salido estaba, una semana al mes, aproximadamente (casi con toda seguridad era cuando la luna estaba llena): todas las personas que le rodeaban eran mujeres con muy, muy poca ropa. Cuerpos de todos los tamaños, tetas de todo tipo, susurros e incluso tímidos gemidos.
Dante cerró los ojos, contó hasta diez y volvió a abrirlos. Todo estaba allí. Después de todo lo que le había pasado desde que apareciera donde se encontraba había sido muy jodido... y ahora esto. No podía dar crédito. No podía estar ocurriendo de verdad. Entre las voces que había oído en la primera persecución no había voces femeninas. Así pues, debía de tratarse de alguna trampa. Se puso en tensión. Aquello no le gustaba nada. Estudió el terreno gracias a la mortecina luz y se preparó para escapar. Levantó el primer pie y... un fuerte golpe en la nuca le volvió a sumir en la inconsciencia. La única diferencia, que cuando se despertó, estaba atado de pies y manos, en una postura que no auguraba nada especialmente agradable, según sus propios parámetros acerca de un futuro perfecto: nada más y nada menos que... ¡a veinte uñas!
Buscó cualquier tipo de objeto que pudiera encontrar en el pasillo por el que había venido, pero lo único útil que vio fueron las antorchas. Cogió una y regresó ante la puerta. Se dispuso a intentar abrirla pero, cuando volvió a acercarse, ésta, sin hacer ningún tipo de chirrido de ese que hacen todas las puertas en las películas de terror, se abrió. Posiblemente este hecho provocó que se acojonara aún más de lo que ya estaba. Solo le faltaba que hubiera alguna clase de magia en el asunto. ¡Acabáramos!
Cruzó la puerta y, para su alivio, distinguió un finísimo hilo atado a la manilla. Sonrió. Casi estaba preparado para algo sofisticado, pero aquello era muy cutre. Incluso patético. No obstante, era él quien estaba allí atrapado, así que tendría que seguir tomándose en serio el asunto. Pero saber que no hay poderes arcanos ni monstruos como en las leyendas, alivia, en estas situaciones.
Dondequiera que hubiese entrado, había mucha menos humedad y menos frío. Menos, incluso, que en la última celda en la que había aparecido. Se detuvo y prestó atención. Notó un cambio también en el olor. Le recordaba al de la... ¡gasolina!
Nada más darse cuenta, se dio la vuelta, preparado para una huida heroica como la que nadie recordase jamás pero, como si se tratase de un acto reflejo o hubiese activado alguna clase de mecanismo, una llama azulada surgió unos metros por delante y lo fue rodeando, mucho más rápido que lo que sus mermadas fuerzas y reflejos le hubieran permitido escapar.
Se percató de que querían jugar con él, así que optó por no hacer ninguna maniobra suicida. Si hubiesen preferido acabar con él, no se habrían tomado tantas molestias. Además, ya se había cansado de jugar al gato y al ratón, con lo que, en un arranque de furia, volvió a darse la vuelta y le gritó a la oscuridad más allá de las llamas, en un gesto de rabia e impotencia.
Como reacción a su increpación, más fuego, pero en esta ocasión de antorchas, se fue encendiendo aquí y allá y, con ese fuego, se fueron vislumbrando decenas de figuras que permanecían quietas, expectantes...
Pasados unos momentos, tras haberse aclimatado ya a aquella luz, Dante, aún dolorido y magullado, distinguió lo que en su imaginación solo aparecía cuando más salido estaba, una semana al mes, aproximadamente (casi con toda seguridad era cuando la luna estaba llena): todas las personas que le rodeaban eran mujeres con muy, muy poca ropa. Cuerpos de todos los tamaños, tetas de todo tipo, susurros e incluso tímidos gemidos.
Dante cerró los ojos, contó hasta diez y volvió a abrirlos. Todo estaba allí. Después de todo lo que le había pasado desde que apareciera donde se encontraba había sido muy jodido... y ahora esto. No podía dar crédito. No podía estar ocurriendo de verdad. Entre las voces que había oído en la primera persecución no había voces femeninas. Así pues, debía de tratarse de alguna trampa. Se puso en tensión. Aquello no le gustaba nada. Estudió el terreno gracias a la mortecina luz y se preparó para escapar. Levantó el primer pie y... un fuerte golpe en la nuca le volvió a sumir en la inconsciencia. La única diferencia, que cuando se despertó, estaba atado de pies y manos, en una postura que no auguraba nada especialmente agradable, según sus propios parámetros acerca de un futuro perfecto: nada más y nada menos que... ¡a veinte uñas!