lunes, 5 de julio de 2010

Al carajo

Cualquiera que le hubiera podido ver la cara en ese momento, distinguiría en ella una expresión de rabia, frustración, nerviosismo, histeria mal reprimida y de cansancio, tanto físico como psíquico.
Todo esto no le debería de estar pasando, él era un tío normal, que no se metía nunca en líos por su propia voluntad (aunque no tenía demasiada), que vivía un bucle diario de levantarse, comer, currar, comer, vegetar, volver a comer y dormir. La actividad más agotadora que podía llevar a cabo era levantarse de la cama o del sofá e ir reptando hasta la silla del ordenador. Podría decirse que era como tú. Podría decirse que era como cualquier humano medio del siglo XXI. Un ser con poca intensidad vital, aburrido y metódico en su aburrimiento, alguien con nula capacidad para desmelenarse y romper con la rutina, sin esperanza de sentirse realmente inspirado para dar un vuelco a años y años de hacer lo mismo y hacer salir al exterior un nuevo yo. O sea, un nuevo tú.
Y ahora, sin saber cómo ni por qué, veía cómo la luz que arrojaban las antorchas le hacían llorar los ojos, cómo le dolía la cabeza del fuerte golpe que le habían dado y cómo lo que había intuido como mujeres no eran exactamente mujeres. Entre los nervios, la tensión… la poca luz y lo inexplicablemente salido que estaba (¿quién puede pensar en sexo en una situación de vida o muerte que no sea un depravado?) no acertó lo que se avecinaba. Ahora, en cambio, se iba dando cuenta de su error y de lo que ello podría suponer. No. De lo que seguro iba a suponer.
Rompiendo la magia de esta infinita secuencia, la verdad es que la concentración de gente que había en la estancia no alcanzaba ni el 12% de lo que generalmente sería una relación aceptable de hombres/mujeres sexualmente muy alterados. Y es que, en su mayoría, a pesar de que de un primer vistazo, todo era muy prometedor, al final se había retorcido de una manera descontrolada. Allí no había más que pirulas. Y todas muy amenazadoras, por cierto. De repente todo se volvía mucho más negro de lo que ya estaba. Sudaba en frío. En ese momento, a Dante ya no le dolía nada, ya no le importaba todo el calvario anterior… En ese momento, a Dante le preocupaba un poco más el futuro cercano que el doloroso pasado. Porque, tal y como estaba la cosa, si le hubieran dado opción, se habría abrazado gustoso a un rollo de alambre de espino… oxidado.
Y con todo esto rondando por su cabeza y físicamente todo lo demás a su alrededor, la cosa es que se produjo un ligero destello y, de repente, Dante estaba tumbado en una playa, sin marcas en el cuerpo ni en la ropa… ni nada que reflejase por todo lo que había pasado, ya no sabía, si hacía horas, días o segundos, aunque lo recordaba todo. ¿O era su imaginación? ¿Se estaría volviendo loco? ¿Dónde estaba ahora?