miércoles, 19 de mayo de 2010

¡Trata de arrancarlo, Dante!

Y me pregunto yo: ¿qué puede tener de bueno despertarse un buen día (“buen día” porque la expresión es así, no me la he inventado) y descubrir que, además de atado de pies y manos, te encuentras en la no menos cómoda postura de “a veinte uñas” (más largas, sucias, pintadas, mordidas... es lo de menos en este caso)? Yendo más allá (el que está atado no, que se supone que no puede, sólo nosotros mientras divagamos), imaginad, qué sé yo, que habéis perdido la noción del tiempo y no sabéis cuánto lleváis con los mismos calcetines (se da por hecho que, además, la memoria os está fallando) y no recordáis siquiera si habíais puesto los que tienen un pequeño agujerillo o los nuevos (demos por hecho, nuevamente que, si no son nuevos, suelen tener agujerillos por el uso: y esto es así, que nadie se lleve las manos a la cabeza) o de si los gayumbos puedan tener o no frenazo a estas alturas (ojo, hablamos de despertarse, estar atados… ahí te has desmayado en algún momento y cuando eso sucede no controla el cuerpo nadie).

Pues de esta guisa que, a priori, tampoco sería muy descabellado imaginar que apareciésemos una mañana de domingo tras llegar de juerga (vete tú a saber qué tipo de juerga pero, oye, yo no salgo, no sé si eso puede ocurrir o no… ni con cuánta frecuencia).

La cuestión principal es (porque no me dejáis siquiera empezar: venga a dar vueltas y vueltas e irse por los cerros de no sé dónde, bajarlos y recorrer senderos luminosos llenos de luces de neón y pierdo el hilo argumental. ¡Ya está bien, cojones!) que una situación como la que pretendía recordar en el párrafo anterior (porque sé yo que nadie se acuerda ya del pobre Dante) resulta un tanto empalagosa. Ya no tanto porque tengas los dedos pringosos de estar jugando a cosas de papás y mamás con los yogures de chocolate, miel y nata, sino porque no augura un futuro en extremo complaciente. Vamos, sólo de imaginarlo ya se me hace a arruga en la corbata que no tengo.

Pues bien, decíamos de aquella que Dante se encontraba de esa guisa tras haber aparecido en un tiempo sin sentido y haber sido apaleado una y otra vez por diferente peña. Que no era poca cosa, ya que si, para colmo, hablásemos de otros seres, la cosa se habría puesto más cuesta arriba. No es lo mismo que te den golpes unos humanos que un minotauro, una rata-ogro o un ent, por mencionar razas chungas de otros universos con copyright. No obstante, lo último que recuerdo, de allá por el 2008, es que unas “lascivas mujeres” lo tenían por completo acorralado en una sala, mazmorra o habitación, en una tenebrosa penumbra (que alguien me diga qué penumbra no es tenebrosa y/o siniestra) y que Dante pensaba que las cosas iba únicamente de mal en peor. Y, si no lo pensaba, ya tardaba, porque lleva año y medio salvándose de la quema y eso no puede seguir así. Además me lo dijo, hace unos meses: “hostia, tío, menos mal que te olvidaste de continuar, porque se estaba poniendo chungo. De hecho, desde que aparecí, no me has hecho más que putadas”.

Supongo que esas palabras ablandaron mi férreo corazón por un tiempo, pero como vuelvo a ser el mismo cabrón de siempre, pues cuando tenga algún rato libre y me aburra, pues le daré con todo lo que tengo (que, así a mano, es el móvil, una mesa, el portátil, figuritas, un hostal entero, un armario, una mochila con pinturitas… vamos, variado).

Resumiendo: se supone que esta entrada ya iba a servir para continuar la historia, pero pfff… otro día.