¡Sujetaos los pantalones con tirantes de colorines, que allá vamos!
Cuando recuperó el control de su mente y se dio cuenta que aquella oscuridad no era consecuencia de una pérdida de la visión, trató de ponerse en pie. Tenía la ropa completamente mojada y, por un momento, tembló de frío. Debía de llevar un buen rato entre aquel apestoso líquido. Varias patas menudas le recorrieron la espalda mientras recuperaba grotescamente la verticalidad. Aún le costó una segunda oportunidad, pues se sentía mareado y, sobre todo, muy confuso.
Si algo le puso alerta fueron las voces acercándose de algo semejante a una turba, por la manera de gritar y por lo que llegó a entender entre el griterío. Instintivamente, tras lograr ponerse de pie, lo primero que hizo fue alzar las manos como si fuera un zombie para intentar localizar posibles paredes. Era evidente que se encontraba en algún tipo de conducto o cueva, pues todo resonaba muy cerca de él. Tocar aquellas paredes le pareció la cosa más repulsiva y asquerosa de toda su extraña vida: era como meter las manos entre un montón de babas pegajosas. Incluso su imaginación se permitió el lujo de ponerles un color que variaba entre el amarillo y el verde, por lo que al final se sintió algo aliviado por la falta de luz.
Como no tenía nada claro qué era lo que estaba sucediendo, Dante escogió la huída como un método efectivo para la supervivencia. Necesitaba salir de allí, encontrar un sitio donde poder recuperarse definitivamente y aclarar la mente. Fuera donde fuese que hubiera aparecido, en absoluto tenía garantizada la conservación de su pellejo. Así pues, trazó en su mente un hipotético mapa gracias a la disposición de la pared y rezó a los dioses en lo que no creía para que el camino fuese recto durante al menos un buen trecho.
Empezó a correr como alma que lleva el diablo con el ruido de sus perseguidores casi encima, chapoteando en el agua y espantando a decenas de ratas que disfrutaban de la comodidad de su elemento.
Estaba teniendo una suerte tremenda, pues ya había recorrido una buena distancia sin obstáculos relevantes cuando, por instinto y porque sus pasos producían un eco mucho más cercano debido a la más que posible presencia de una pared transversal, su cerebro activó una señal que le hizo pensar en la conveniencia de un cambio de dirección. Muy bien no se llevaba Dante con su materia gris, porque toda esta información le llegó un poco a destiempo. Es más, la inercia y la tardanza del mensaje provocó que sus manos acudieran raudas hacia la nariz que acababa de reventarse contra la pared, mientras la sangre le recorría los dedos como cuando uno bebe cerveza compitiendo contra sus amigotes y se le cae por todas partes por querer ganar (el símil no es el mejor, pero a Dante le vino esa imagen a una cabeza que le daba vueltas, así que necesariamente ha de servir porque no hay otro más a mano). El desplome que le sobrevino tras el impacto fue de lo más normal, si consideramos las circunstancias, el golpe en sí y la gravedad de la famosa manzana del tal Newton.
Lo que realmente le preocupó en el momento en que volvía a recuperar la consciencia fue que la nariz continuaba sangrando… y tal vez también el hecho de que estaba siendo transportado en volandas y sin muchos miramientos por unas cuantas personas, que probablemente eran los famosos perseguidores.