Lo primero que habría que saber del BDSM es cómo leches se pronuncia porque, al no tener vocales, se antoja complicado. El autor de la entrada ha estado practicando en voz baja, primero, y más alta, después, y ambos coincidimos en que se asemeja al sonido que emitimos cuando hacemos burbujitas con las babas, juntando mucho los labios. Que ahora mismo lo estés haciendo para comprobarlo, es un signo inequívoco de que la dirección es la correcta.
Buscando en antiguas enciclopedias de papel, diccionarios,
revistas temáticas (antes pringosas, ahora cuarteadas) e, incluso, en modernidades como Internet, no
se encuentran más que falacias que hablan acerca de una sigla, o algo así,
formada por palabras obscenas y que habla de cosas relacionadas con el trabajo,
tales como la disciplina, la sumisión, dominación, sadismo, estar la jornada
entera atado a tu puesto… No son más que
cuentos de rudos empresarios para ocultar a la gente sus malévolos planes
capitalistas.
En realidad es una inocente expresión cariñosa que significa
“Bésame Donde Sudo Mucho”, ya en desuso,
y que se remonta muchísimo tiempo atrás. Como hacia los años 90
aproximadamente, década en la que era muy común escuchar expresiones como “me
suda la polla” y cómeme la polla”. Esto hizo que un cónclave de sabios se
reuniera en una discoteca para adquirir conocimientos musicales. Entretanto,
alguien decidió que BDSM aunaba ambas expresiones y sonaba más ambiguo, menos
soez, y consiguió que fuera Trending Topic en la época. Aún no existía el
Tuiter, pero que no haya nadie en un bosque no significa que el árbol no haga
ruido al caer.
Como las modas pasan con bastante rapidez, la expresión cayó
en el olvido por completo, igual que un estudiante no recuerda absolutamente
nada de lo que estudió para el examen de ayer por la mañana o los fines de
semana no sepamos qué hicimos la noche anterior ni qué hacen esas tres chicas
desnudas en nuestra cama. Y otras dos en la habitación de al lado.
No fue hasta que estaba a punto de llegar el famoso y decepcionante
año 2000, con el terrible caos, anarquía y mucho rollo apocalíptico que iba a
conllevar, cuando volvió a saltar al ruedo la sigla BDSM. Efectivamente, se
multiplicó el interés por esta movida ante tal confusión. Concretamente, se
dispararon las ventas de sogas para ahorcarse (bondage tipo David Carradine, a
excepción del fin buscado), para atarse
a cualquier sitio antes de que la furia de la naturaleza “se desatara” (qué
bien traído, pardiez) y llevara a la gente por los aires, o para lazos de vaquero,
armas rústicas para tiempos venideros sin máquinas. Hay más ejemplos, pero el
propósito de la entrada no es extenderse sin ningún sentido. Para nada. En
absoluto. Que no.
Cuando llegó el momento crucial, como todos recordamos, no
sucedió nada de aquel mítico Efecto 2000, así que, como el roce hace el cariño,
la gente que hizo acopio de todo ese material lo conservó, como quien conserva
en la mente el olor del perfume de los sueños. Tal vez lo pudieran vender más
adelante como merchandising o como artículos vintage.
Incluso hubo gente que le dio otro uso excepcional y que
jamás antes se había utilizado (que se recuerde un domingo por la mañana): el
alpinismo. Amantes del BDSM de todo el universo conocido empezaron a sentir un
gusto intenso por verse llenos de arneses y mosquetones, cuerdas, a clavar el
piolet en pequeños agujeros oscuros, en arañar las superficies rocosas y en
asfixiarse con la altitud. Ah, y a vestir ropa muy ceñida. Sin duda, hoy por
hoy, ellos son los más fans.
Pero hay más sectas, muchas más. Las jóvenes criaturas aún
saltan a la comba, los zapateros impregnan con su vicio los zapatos y les ponen
cuerdas para atarlos, a los relojes hay que darles cuerda (no así como a los
políticos), los superhéroes usan máscaras y antifaces para ocultarse, Indiana
Jones tenía un látigo, a Catwoman se le ve el plumero a distancia con tanto
cuero, garras, otro látigo… En fin, no sé, hay montones de ejemplos. Bueno, a
mí me vuelven loco perdido los tacones de aguja. ¿Me estaré convirtiendo?
¡Oh, se me olvidaba! Actualmente, la culpa de que el BDSM no
se extinga y que haya ganado más adeptos que nunca la tiene la famosa y
sobrevalorada novela para señoras que carecen de imaginación propia y se ponen
coloradas por cualquier cosa: “Cincuenta sombras con el Gris”, que no sé muy
bien de qué va, la verdad. Hablo de oídas. Yo pensaba que era un libro de
pintura.
Bueno, yo voy a pasar el plumero y a limpiar el polvo,
espero no hacerle cosquillas a nadie que encuentre a mi paso y que,
casualmente, se encuentre con unas esposas puestas.