Mes arriba, mes abajo... año arriba, año abajo... la diferencia no existe, pues siempre es lo mismo. Es esa extraña sensación que da lugar a equívocos, que consiste en marcharse de un lugar pensando que estás en paz con todo el mundo, que ya te has despedido de todos y todo funciona correctamente... o que, por otra parte, no tienes nadie de quien despedirte, con lo que lo único que te sigues llevando una y otra vez es una dura sensación de vacío.
Saber, además que, estés fuera un mes, dos, cinco o incluso un año, tendrás las mismas noticias y los mismos contactos que si estuvieras en casa, o sea, los mínimamente mínimos.
Para alguien que piensa que no hay nada más interesante que estar rodeado de gente con quienes, en general, compartir experiencias, esto es el mayor castigo.
Por eso en las fotos siempre salgo sólo yo.
Por eso ya ni siquiera me extraña que mi grupo de amigos se reduzca a una poca gente de entre 50 y 60 años. Gran logro, toda una hazaña. Y lo gracioso es que doy fe de que lo intento, puesto que no soy un jodido ermitaño.