Lo que empezó siendo un pequeño catarro en un bloque de viviendas de la periferia terminó de una manera terrible. Nunca antes se había vivido un caos como aquel y, probablemente, jamás volvería a suceder nada parecido.
Aquel año, las estaciones se habían ido sucediendo con precisión milimétrica. Todo apuntaba a que, al igual que las anteriores, el otoño aparecería sin ninguna novedad, a su hora, calmando el agradable calor del verano que había acompañado a las últimas semanas. Por tanto, no había indicio alguno que hiciera pensar que, como por arte de magia, llegaran unos días tan fríos. Estas cosas suelen pillar a la gente con la guardia baja, de eso no cabe duda, pero quizás ese año se hubieran confiado demasiado. Los niños todavía jugaban en la calle en pantalón corto y camiseta, los mayores iban a trabajar en manga corta y ropa fresca, sin nada que abrigase más que para una ligera brisa. Era como si tuvieran sus cerebros programados y no se dieran cuenta, puesto que el frío no llegó de repente, sino que fue metiéndose por cada recoveco como si alguien metiera arena en una botella llena de piedras.
El bloque de pisos tenía un patio donde por las tardes se reunían todos los críos para jugar y las señoras que vigilaban a los más pequeños. Cada cual buscaba la mejor manera para pasar el rato y divertirse: los chavales improvisaban porterías con sus mochilas y canastas con las papeleras, las niñas sacaban las cuerdas que no paraban de girar en todo el día, y todos corrían y saltaban, ajenos al cambio.
Las ancianas sí que parecían haberlo percibido, pero ¿quién le hace caso a unas sobreprotectoras cascarrabias?
- ¡Ponte el “jarsé” que me vas a coger frío y ya verás luego tu madre cómo se pone! – Predicaban.
Al principio sólo había un crío que presentara los síntomas, unos estornudos inocentes tras el baño anterior a la cena, pero sin nada más que pudiera preocupar a sus padres. Al día siguiente se presentó como cualquier otro en el colegio. El virus aprovechó la mejor ocasión que tuvo, así que a lo largo de aquella fatídica mañana se dedicó a deambular entre sus compañeros, entre sus profesores y entre todo el mundo por igual. Quien más y quien menos, al anochecer ya mostraba los síntomas: mocos por doquier, estornudos, tos que no consigue espectorar… y la fiebre. Aquella noche no hubiera hecho falta la calefacción, porque la temperatura media del barrio no bajaba de treinta y nueve grados. Y no precisamente la ambiental.
Al día siguiente, las salas del ambulatorio estaban repletas. Los médicos no daban abasto y estaban por completo desbordados, de ahí que tuvieran que pedir refuerzos a otros dos centros más, para que les enviaran personal que les ayudara.
Este hecho propició que el virus se fuera de viaje hasta otro par de barrios gracias a los médicos, lo que originó una reacción en cadena y pronto se apoderó de toda la ciudad. Además, el frío que había llegado casi de puntillas campaba ahora a sus anchas y las temperaturas no paraban de bajar.
Lo peor de todo llegó cuando se produjeron los primeros accidentes. Según pasaban los días y las temperaturas continuaban cayendo en picado, comenzaban a aparecer enormes placas de hielo por todas partes. La calle era por completo impracticable y salir, siquiera a por medicamentos o por comida, se convertía en toda una arriesgada aventura. Hubo caídas fatales, congelamientos, atropellos, choques… todo un caos para el que nadie estaba preparado. Se puede suponer que aquello fue la gota que colmó el vaso.
Ante esta imagen, viendo que la situación se le iba de las manos a todo el mundo y que el pronóstico que daban los entendidos era muy poco optimista, comenzaron a aparecer posibles soluciones. Al principio eran pequeñas opciones que daban los expertos locales, pero se fue comprobando que no eran efectivas, mientras que poco a poco la epidemia se iba extendiendo incluso a los pueblos cercanos, aunque de una manera mucho más suave, lo que llevó a los dirigentes a apostar por dos medidas más agresivas: la primera, poner la ciudad y los alrededores en cuarentena y, la segunda, probar un nuevo fármaco, aún experimental, que estaban desarrollando unos laboratorios extranjeros que hacía poco tiempo se habían instalado en la provincia, a decir verdad, no muy lejos de la ciudad. Se trataba de una subsidiaria de Sunshade, farmacéutica puntera de los países del este que se dedicaba al estudio de parásitos que prolongaban la duración de los alimentos, libres de sustancias químicas. En cuanto a la subsidiaria, Sunblock, estaba probando algo parecido, pero con unos hongos diminutos que se encontraban únicamente en aquella zona, y también estaban probando, de forma paralela, una cura alternativa y radical para enfermedades comunes que venían a inmunizar el afectado, incrementando la fortaleza sus defensas.
Hasta el momento, el tratamiento no había sido probado en seres humanos, pero dada la situación desesperada, que ya se le escapaba de las manos a todo el mundo, se decidió hacer un improvisado estudio en la población raíz, Overtown, suministrándoles el fármaco y cuidando de que ningún agente externo pudiera alterar la vital prueba.
Pasados dos días de la vacunación se empezaron a notar los efectos, con evidentes signos de mejoría en la población. A pesar de las bajas temperaturas y de la climatología adversa, parecía que la enfermedad remitía y, según el parte meteorológico, en menos de una semana volvería el otoño de nuevo. Todo parecía indicar, pues, que dentro de muy poco tiempo se volvería al fin a la normalidad. Dada la efectividad del fármaco, se decidió, lógicamente, que también sería una buena idea repartirlo entre los pequeños brotes de las afueras que, aunque apenas habían tenido los mismos síntomas, nadie se quería arriesgar a que se pudiera repetir aquel caos en el que se sumió la ciudad durante la semana y media que duró.
El hecho es que nada de esto pasó inadvertido en todo el mundo, que seguía con gran expectación la noticia, aun a pesar de no había imágenes de ningún tipo debido a la cuarentena. No obstante, gracias a la red, en todas partes se comentaba el suceso y se sabía, punto por punto, lo que había ido sucediendo, lo cual supuso, al final, una fama y un reconocimiento para Sunshade y Sunblock que nadie esperaba., y que hizo que coparan el mercado farmacéutico en todo el mundo con sus medicamentos, así como facilidades para instalarse en numerosos puntos del planeta.
Mientras tanto, el otoño seguía su curso.